Te esperaba en el andén. La gente corrÃa de un lado a otro y me sentÃa incapaz de reconocer tus pasos. No podrÃa adivinar dónde aparecerÃas como siempre trato de hacer cuando alguien está por llegar. SentÃa más bien que no habÃa nada a lo que pudiera adelantarme.
Pensé que no vendrÃas. SabÃa que me buscarÃas tarde o temprano, pero a cada instante me convencÃa de lo contrario como si se tratara más bien de un asunto de esperanza, siendo una pérdida triste, como aquellas a las que nunca encontramos motivos. CaÃa con el tiempo como la arena de un reloj que intenta detenerse sin poder asumir la velocidad a la que todo ocurre fuera. Entonces, cuando el tren de dirección contraria marchaba y ya no sabÃa dónde poner la vista, te encontré y se me pasó por la cabeza que quizá tú tampoco me esperabas en el fondo.
No sabÃa cómo habÃas subido a ese tren, pero no podÃa pensar en perderte de vista en la siguiente estación. No me refiero al que tomamos en el andén.
Somos diferentes. Es inevitable al fin y al cabo, pero sabes que hablo de aquellas diferencias que sólo son invisibles a los ojos que se miran. Siempre hay quien decide mirar a otra parte.
Quizá por eso te esperé como si fueras a marcharte, pensando que no vendrÃas. Y después de todo, te recibo cada vez como si de nuevo hubieras decidido quedarte.
Te escribo sin saber por qué, puede que el tren haya tardado demasiado y no he podido evitar recordarlo. Quizá sólo quiera asegurarme de haberte dado las
gracias
por venir.