Aquí estoy, en una de las tantas mesas de mi casa, con mis libros de
educación frente a mí, esperando para ser leídos y estudiados de cara a un
trabajo de Fin de Master. Por los auriculares suenan canciones cristianas.
El silencio del entorno es profundo. Sin embargo, mis pensamientos se enfocan
en una experiencia que viví por cinco días. Cinco días que cambiaron mucho de
lo que era o de lo que creía ser. Preguntas, encuentros, palabras, respuestas,
sonrisas y lágrimas, bailes y alguna canción con sabor a banano, e incluso, alguna que otra palabra inventada (engrifar o macarronsito). Todo fue parte de un tiempo en el que la vida compartida
se hizo carne en más de cuarenta jóvenes habitando una casa pequeña en un
pueblo llamado Calahonda en Granada.
Me causa gracia pensar que todo se fue en un abrir y cerrar de ojos.
Miércoles por la mañana: tiempo de partir hacia un desconocido
evento. Ninguno de los que íbamos en el coche sabíamos a lo que íbamos o lo que
encontraríamos, ni siquiera con quienes estaríamos. ¿Expectativas? ¿Qué
expectativas puede haber cuando todo podía ser novedoso? Llega a ser curioso
que cuando te lanzas a la aventura todo puede resultar sorpresivo conforme
realizas el viaje.
Miércoles por la tarde: Granada nos esperaba con los brazos
abiertos. Una breve pausa para comer, llegar al punto de encuentro, comenzar a
poner rostros a los nombres, y emprender otro breve viaje a lo que sería
nuestro hogar por cinco días: días que se hicieron cortos. Al llegar, las
presentaciones se entrecruzaban con abrazos, con bienvenidas y con nuevos
rostros. ¡Cuántas caras desconocidas y cuanta novedad en todo! Sin haber pasado
media hora ya estábamos en la playa rocosa y los juegos comenzaban. Comenzó la experiencia. Experiencia que
continuó con una cena ruidosa y una oración en la que las canciones se
mezclaban con la presencia de AQUEL en ese momento. Era tiempo de dormir o de
procesar las primeras impresiones.
Llegó el jueves. Las miradas tuvieron su lugar. Creo que han sido
pocas las veces en que he visto a las personas como las he mirado ese día. El
mundo que se descubría tras unos ojos bien abiertos y la capacidad de relajarse
en la mirada del otro. Me descubrí vulnerable y abierto a lo que soy. Me
descubrí como un ser humano, abierto a la novedad, abierto a la vida. Y en
ello, descubrí lo que significa callar para dejar hablar al silencio.
¿Silencio? Sí y la tarde fue parte del encuentro, moldeando el barro, dejándome
moldear la vida, encontrando lo que significa un proyecto de vida. Encuentro
que pude vivir en la Eucaristía: me recordó a que estoy llamado, por si lo
había olvidado, a servir, sin condiciones, sin esperar nada a cambio, servir
sin prejuicios y con todo el corazón. ¡Mi
llamada latió como nunca en esa noche! Noche que se alargó con lo maravillo
que es compartir un pedazo de pan con quien menos te lo esperas, con quien lo
necesita, abierto a recibir, a acogerlo todo. ¡Qué grande ha sido! Tiempo de
dormir: tanto que guardar.
El viernes asomó. Recordando que Jesucristo iba a morir el silencio
quiso apoderarse de mi vida. La oración de la mañana me llevó a ello. Moldear
la cruz, mi cruz y compartirla con los demás. ¿Cómo no conmoverse? Una cruz que viví por la tarde con el
Viacrucis. Encontrarme vulnerable, más débil, más humano, más abierto. Y la
celebración de la cruz me recordó que al final, tanta vanagloria ¿para qué? Soberbia
¿para qué? No sirve de nada frente al
poder de la cruz: poder que habla de entrega hasta el extremo, hasta la
muerte, hasta enmudecer. Y la noche fue parte de ello. Espera paciente y calmada
postrado hasta el final.
Sábado. Un día para la historia. Es imposible no recordarlo. La
mañana: una fiesta de Reconciliación. No había captado del todo el sacramento
hasta todo lo que escuché el sábado. El
abrazo del Padre que acoge, el desconcierto del Hijo que recibe el perdón, que
es devuelto a la vida de Hijo. Tratar de expresar lo que significa todo
esto: tratar de que cada uno de los que se acercaron a mí lo vivan lo gocen.
Espero haberlo conseguido…
La tarde de tertulia y de dulces, de risas y de
abrazos. ¿Acaso se puede reír tanto? Sí, en la Vigilia Pascual: ¿lo relato
todo? No lo creo. Queda en la memoria de los que estuvimos allí: un salmo
particular, un cuenco volador, unas ramas de olivo, un baile final fuera de
este mundo. Pero no todo queda allí, pues la noche se hizo corta, para algunos
el sueño desaparecío y en su lugar la compañía de los demás, el deseo de que
nada acabara, la alegría por lo vivido. ¿Alegría? Sí, la verdad que sí.
Domingo. Tiempo de partidas. La pregunta era: ¿y ahora qué? El
centro, Dios en Jesús y en el Espíritu. La verdad, el AMOR. Suena mejor. Pues
fue lo que lo movió todo: el amor con que cada uno lo pudo vivir. La misión estaba
dada: compartir con los demás la alegría del RESUCITADO.
Pero regresar a casa se hizo
largo. La nostalgia de un “hasta luego”, de un “espero verte pronto”, de un “gracias
a Dios por haberte conocido”, de un “te miro y me río”. Todo se entremezclaba
en esa extraña sensación de la despedida. ¡Cuánto me molesta! Pero los
recuerdos quedan, las palabras se marcan en el corazón y la felicidad no hay
quien la dezvanezca. Toca regresar…toca ver las caras conocidas. ¡Toca dar
testimonio de esta experiencia!
Cinco día. Los cinco días de mi
vida.
Carlos Alvarado
Pascua JAR Calahonda 2015
Dichosos los limpios de Corazón
Posted by María LM on Monday, April 6, 2015
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