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sábado, 31 de enero de 2015

Ceguera

No me convence aquello de "ver para creer". Quizá haya imágenes que valgan más que mil palabras, otras no valen más que dos si no se tienen los labios cosidos. Cada punto de vista es diferente.
Hace unos meses escribía sobre la ceguera que impide ver, ahora más bien pienso en la que obliga a mirar y entiendo que hay muchas formas de quedarse ciego y que, en el fondo, todos lo estamos.

Nuestra ceguera es un filtro, un cristal tintado que mancha la realidad o una transparencia atravesada por la luz hasta quemarse la retina. Esta última es como la ceguera blanca de la novela "Ensayo sobre la ceguera", el relato del día en que las pupilas se inundan de "eso que no tiene nombre y es lo que somos", y del momento en el que se vacían en dolor cuando lo que somos es lo único que queda. 

Los filtros aguantan hasta que hay algo que no pueden soportar (instante en la mirada de otra persona que hace cambiar inevitablemente la forma en la que dirigimos la nuestra).
Entonces uno se asusta porque viendo lo mismo, nada es igual, ya que acaba de acribillar lo que podía protegerle de sentir. Todo se reduce a entender, citando de nuevo al libro, si "está muerto lo que aún está vivo", y lo único de lo que puede estar seguro es que están vivos los ojos que le contagian y lo que pudiera haber en mitad no es más que un charco de cristales rotos.

Tan irónica es la vida, que es el ciego quien aprende a mirar y, si no hay ceguera, ella misma te golpea en los ojos para que sientas lo que es invisible a ellos. Me pregunto si es por eso que a veces preferimos dejar caer los párpados, tanto calienta la luz del sol como abrasa las pupilas; pero también dudo si realmente está vivo un corazón que teme acelerarse y decide, simplemente, palpitar. 

"Quien va a morir ya está muerto y no lo sabe, Que hemos de morir es algo que sabemos desde que nacemos, Por eso, en cierto modo, es como si ya hubiéramos nacido muertos."
Alguien me decía el otro día que, al final de la vida uno se lleva los colores, los abrazos, los recuerdos. Cierto es que, lo que no va por dentro, se pierde como gotas de lluvia resbalando en una ventana. Otra persona me comentaba que cuando observaba un cuerpo sin vida, pensaba conmocionada que alguna vez la hubo. Sabe que nació muerto, que físicamente sólo ha sido materia que se ha transformado, pero resulta imposible negar que algo se ha perdido por el camino.

Entre todo lo capaz de nublar algo más que la vista, está lo que nos hace vivir. Y eso es lo que somos, somos ciegos. Ciegos que viven o que, por miedo, cierran los ojos.
"Las palabras son así, disimulan mucho, se van juntando unas con otras, parece como si no supieran adónde quieren ir, y de pronto, por culpa de dos o tres o cuatro que salen de repente, simples en sí mismas, ya tenemos ahí la conmoción ascendiendo irresistiblemente a la superficie de la piel y de los ojos..."

Ábrelos. Captura una imagen que valga más que mil palabras. Cuando lo hagas, habrás visto para creerlo

Si está muerto lo que aún está vivo, no serán tus ojos
ciegos.

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