Pero hay momentos también en los que caes. Tras una larga
marcha puede que las piedras que encuentras por el camino se conviertan en
grandes vallas que limitan el paso ocasionando caídas irremediables con las
dolorosas consecuencias.
Y con la caída viene la sensación de impotencia: “no me puedo levantar”. Todo se acumula en ese momento: dolores, emociones, sensaciones corporales. Hasta que alguien te ayuda a levantarte, si es que se cruzan en tu camino. Pides un tiempo, pero tienes que continuar andando.
Y con la caída viene la sensación de impotencia: “no me puedo levantar”. Todo se acumula en ese momento: dolores, emociones, sensaciones corporales. Hasta que alguien te ayuda a levantarte, si es que se cruzan en tu camino. Pides un tiempo, pero tienes que continuar andando.
En la vida pasa lo mismo. Siempre habrá tropiezos y caídas.
Tropiezos que nos harán darnos cuenta del camino que vamos transitando, de las
experiencias que vamos viviendo, de las equivocaciones que tenemos. Caídas de
las cuales la opción más cómoda sería quedarse hundido en ese abismo desde el
cual la vida se ve distinta. Sí, la opción podría ser verlo todo desde abajo,
desde la conmiseración y el alivio transitorio de quien no quiere buscar otra
salida. Pero si prestamos atención, puede que encontramos a alguien que nos
ayuda a levantarnos…todos hemos encontrado ese alguien o esa experiencia que
nos fortalece en nuestras caídas; e incluso, puede que tengamos que ser
nosotros los que levantemos a los demás de esas caídas cuando los vemos fallar.
¡Qué cómodo es el abismo, pero que alegre es volver a ver la
luz al final del camino!.
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