Cada vez me convenzo más de que nada ocurre por causalidad y ningún acontecimiento es producto del azar o de una fuerza extraña que mueve los hijos de la historia, tal cual titiritero que controla todo. Más todavía, me resisto a pensar que estamos predestinados a vivir, hacer, o incluso a sufrir distintas experiencias con tal de aprender algo. La vida misma va mucho más allá que todo esto.
En el fondo, creo que todo son conexiones. No sé si te ha pasado que conoces a alguien y poco a poco ese primer paso
te puede abrir a experiencias totalmente nuevas y novedosas. Tampoco sé si los encuentros que tienes día a día te llevan a pensar en que cada uno de ellos es un motivo que transforma tu vida desde el primer momento. Incluso, puede que desconozcas que cada decisión que tomes, contigo o con respecto a los demás, es capaz de alterar el ritmo entero de la historia rompiendo con cualquier posibilidad de azar o de suerte. Pero tiene que pasar tiempo, como decía un famoso innovador, para poder conectar todos los puntos de tu vida de modo tal que puedas descubrir como todo va adquiriendo un sentido (que puedes modificar o no, depende de ti)
Es fantástico saber que todo es posible en esa perspectiva,
pero más maravilloso aún es
reconocer que todos nos podemos ayudar. Y nos podremos ayudar cuando caigamos en la cuenta de que todos, de alguna u otra manera, nos podemos afectar, tanto para lo positivo como o lo negativo.
Hoy, mientras estábamos cenando
los que hemos iniciado este proyecto apasionante, lo he pensando. En cierta
forma, personas que no se conocían de nada o
de poco deciden emprender algo juntos. El objetivo está claro pero la trascendencia que tenga todo esto no
lo es tanto. En el fondo la expectativa se une con las ganas de hacerlas reales
en algo que ilusiona: compartir lo que vamos encontrando, viviendo y compartiendo
en la vida.
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