Llevo pensándolo un tiempo. Mi experiencia personal me lo
confirma. La de otros me habla de esta realidad de la cual voy a escribir unas líneas.
Después de todo, llegar al abismo genera dos posibilidades. O te quedas en él
esperando a que alguna fortuita visita te rescate o decides salir cueste lo que
cueste, con todo el dolor que ello pueda suponer.
Hay otros en medio. Apenas van explorando la realidad
abismal en la que se encuentran. Saben que están mal y que deben salir. Sin
embargo, no encuentran como. Se cuestiona, luchan, tratan de escalar, pero
sencillamente las fuerzas son pocas y la debilidad se posiciona como la que es capaz
de arrasar con todo. Con lo cual, si no reciben una ayuda, deciden quedarse
quietos y se cansan de luchar. A veces hasta enmascaran su dolor para que nadie
los vea sufrir aunque con ello estén cavando más abajo.
Sin embargo, me alegro de conocer a muchos que han decidido
salir. Aquellos que se hacen preguntas y se preocupan por lo que les suceden.
Muchos que son inquietos y no se dejan amedrentar por lo que encuentran en su
entorno. Conozco a varios que son capaces de confrontar la adversidad que
supone caer y se disponen a toda velocidad en posición de salida. Me alegra saber
que no se dejan romper y que su valentía es tal que les hace ser coherentes con
sus convicciones y con su escala de valores. En realidad puede que no sean
muchos, pero aquellos que conozco, es decir, aquellos que son capaces de
extender sus alas, darte las gracias, y continuar caminando, son lo que al
final ayudan a los demás a ir más allá de su abismo. Sí, conozco a algunos que
han aprendido a mirar más allá de su comodidad, pero viven en silencio hasta
que te encuentras con ellos. Y es allí cuando la vida cambia: porque ese modo
de vivir con intensidad cada momento, hasta el más abyecto, es lo que deja una
huella imborrable.
Gracias a la vida por los que se han cruzado en mí camino.
Porque sin ellos, de verdad que no estaría aquí.
0 comentarios :
Publicar un comentario