O sea que hay una carta dirigida a un perro y aún nos falta
encontrar cartas dirigidas a cada uno de los africanos que han muerto como
perros callejeros producto de una enfermedad llamada indiferencia. Porque en el
fondo, ¿quién se dirige a ellos como seres humanos sino unos cuantos que se
preocupan incluso de su entierro? Parece ser que la lógica de la humanidad se
está revirtiendo hacia un orden considerado normal a los ojos de una gran
mayoría pero injusto para la mirada de unos pocos que se detienen a pensar en
todo lo que está sucediendo.
Por otra parte, la preocupación se cifra en el cierre
apresurado de fronteras procurando limitar el acceso a nuestros territorios
primermundistas a todos aquellos que representan un riesgo para nuestra salud. Con
ello, cerramos la puerta a la búsqueda de soluciones en común, al desarrollo
equitativo de los pueblos y sobre todo, al encuentro con una humanidad
sufriente debido a una estructura inamovible de injusticia y dolor.
A todo aquello hay que unirle el miedo, la vergüenza, la
comodidad y la seguridad de que todo irá bien para aquellos que estamos
protegidos por muros inquebrantables e indestructibles supuestamente. Claro,
irá bien para algunos pocos y se erradicará la enfermedad en aquellos lugares
que consideramos importantes porque hay personas. Pero, ¿qué pasará con
aquellos sitios donde viven aquellos que son considerados “no-hombres”? ¿Qué
pasará cuando el ébola deje de tener su carga mediática porque se encontró la
cura en el Norte? Volveremos a cerrar los ojos, regresaremos a nuestra rutina y
olvidaremos que existen personas en el Sur: un Sur que cada vez se hace más
presente en el Norte.
Lástima que Excálibur tiene su carta. Pero más vergüenza me
da que los 4000 y tantos más muertos de África no tengan un remitente de quien
recibir una misiva hoy.
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